Escapada a Bragança

Como os comentaba hace mil años en la entrada de nuestra cena de  aniversario, y en los favoritos de noviembre, uno de los regalos de Martín por el aniversario era una trampa: un viaje a Bragança... pero a un congreso de química. El viaje era express: salíamos el mércoles noche y el viernes tras desayunar volvíamos.

Si os empiezo a hablar del viaje el miércoles, es casi de risa. Martín había cogido el coche de sus padres, y a mi me tocaba escoger la música para la ida, así que me pasé gran parte del trayecto cantando. Al principio todo iba bien y todo eran risas, hasta que la carretera se volvió eterna y recta y con 2º en el exterior que se iban colando pese a la calefacción de los asientos.


Aparte, casi atropellamos a un conejo y creo que no he chillado más en la vida. Sé que en esos casos no es conveniente frenar, pero agradezco mucho a Martín que lo hiciera. A partir de ahí seguimos hasta Portugal por carreteras y pueblos fantasma, con tanta oscuridad que casi no veíamos las curvas y de vez en cuando éramos capaz de ver el atisbo de alguien viviendo en el pueblo que cruzábamos.

Para cuando llegamos al fin a Bragança, que está a 20 km de españa y casi no sientes haber abandonado el país, tenía los pies helados y el cansancio era tal que todo me daba igual. Llegué, me bañé para recuperar el calor y Martín fue a por algo de comer.

A las 11 de la noche todo en el hotel estaba cerrado, menos la cafetería. Comimos patatas fritas viendo Brooklyn nine nine con subtítulos en portugés hasta que logramos recuperar un poco el calor y pudimos dormir.

En torno a las cinco de la mañana ya empezamos a amanecer, removiéndonos en la cama, y a las 8 sonó mi despertador. No quería levantarme tan temprano de vacaciones, pero era lo que había, y a las 8 y media estábamos en el desayuno del hotel. Ahí fue cuando probé los pasteles de belem, uno de los postres típicos portugueses, pero seguía siendo un poco comida industrial de la típica de hotel, y conocí más en profundidad a Humberto, el jefe de mi novio. Pese a la incomodidad inicial de ser un profesor de universidad y no conocerle, al final estuve riéndome como loca con sus anécdotas y me costaba tomarle en serio.

Tras desayunar les acompañé a su congreso, sobre todo porque no me apetecía perderme por la ciudad y supuestamente solo eran unas horas de congreso. Fue una decisión genial, porque había comida gratis. Atendí a unas charlas de las que no me enteré mucho (principalmente por estar en portugues) y la recompensa fue café recién hecho, una fuente de chocolate y comida para parar un tren, 10/10 would reccomend.

Ver Bragança es lo más fácil que hay, y posiblemente viéramos la gran mayoría en un solo día. El casco viejo es pequeño pero digno de visitar, y perfecto para disfrutar si el clima lo acompaña. Las calles adoquinadas y los edificios viejos pero con encanto que veíamos al caminar sobre la muralla merecían la pena tanto como las vistas al otro lado. Brezo me comentó que en verano hacen una especie de mercadillo medieval en esta zona y es todavía más encantador, tanto que me planteo volver solo para verlo.






Después de ver el casco viejo optamos por ir al centro de la ciudad a buscar algún sitio donde comer. Aparcamos por el centro como buenamente pudimos y decidimos primero dar una vuelta de reconocimiento por los alrededores. Ahí tomé mi primer oporto en un bar donde todavía se podía fumar (qué raro se me hizo verlo) y tras perdernos un par de veces por el centro buscamos algún sitio donde comer. Acabamos viendo el cartel del Ponto de Encontro y decidimos entrar, principalmente porque estaba cerca de donde habíamos aparcado.

Best
Decission
Ever

Me refiero, de repente entramos y nos sentamos y nos dice algo así como "os saco un poco de carne y guarnición, ¿os parece bien?" y nosotros asentimos, pensando que sería algo parecido a un menú del día en España o algo así. Pero entonces en la mesa nos plantaron tres fuentes, TRES, una de ellas con chuletas de cerdo (super ricas, por cierto, muy jugosas), otra fuente de patatas fritas con ajos (manjar divino) y una fuente de arroz blanco. Aparte, vino y agua.

Todavía nos trajeron también un postre (que el mío era flan de galleta o algo así, Martín pidio arroz con leche) y no me acuerdo si café. La cosa es que comimos tres personas por ocho euros cada uno, o una cosa igual de barata, y sin duda nos quedamos a gusto (nos preguntaron incluso si queríamos algo más).

Dimos un último paseo con luz por la ciudad, y reconozco que me quedé con ganas de más. Las afueras de la ciudad son muy grises, muy apagadas y muy urbanas sin nada que las haga destacar, pero los edificios del interior tienen las paredes con azulejos, sus calles tienen encanto especial y me dio rabia encontrarme muchos de los edificios cerrados cuando pasamos por su escaparate. Es lo malo de las visitas express...



Tras otra corta sesión de charlas en el congreso (mi bicho exponía su poster) nos volvimos al hotel a descansar unas horas. Por aquel entonces yo estaba a full con el NaNoWriMo así que ese rato mientras descansábamos y Martín se duchaba lo empleé en escribir (y luego arreglarme yo). Dimos otra vuelta por Bragança, esta vez disfrutando de la iluminación de las calles y buscando souvenirs de última hora mientras a mi, la única con roaming gratis (gracias vodafone) me encargaban buscar algún sitio donde cenar. Acabé buscando por cercanía al hotel y buenas opiniones y descubrimos el O Copinhos, un bar algo recogido que en tripadvisor anunciaban como un lugar donde ponían comida típica a buen precio y donde hasta los portugueses iban a comer. Por desgracia de este sitio no hay fotos de comida... porque hubo mucho alcohol (?)

Si os esperáis algo distinto del "aquí os ponemos lo que nos de la gana" mal vamos. Básicamente nos sacaron un poco de todo, mucha comida fría y después algunos platos más calientes. A destacar los champiñones, que además son típicos de la zona. Nos rellenaron dos veces la jarra de vino y ademas, tras tomar postre, nos invitaron a licor (primero uno de nueces, pero como Martín es alérgico nos lo cambiaron por un licor de plátano). Al final se bajaron Martín y su jefe media botella de licor, entre risas y bromas porque además había un grupo de estudiantes en la mesa de al lado y amenizaban la cena. Todo ello por menos de 11 euros por persona. Y mi padre diciendo que en portugal te lo cobran todo.

Por desgracia no todo dura eternamente. La noche terminó tras una copa en el hotel y a la mañana siguiente, poco después de desayunar, ya estábamos en carretera para volver a casa.

Bragança fue corto, pero intenso. Es una ciudad pequeña, que a primera vista puede no tener mucho, pero tienes que saber buscar y mezclarte con sus gentes para encontrarle el encanto. Es cierto que tal vez no sea el mejor lugar para aquellos más marchosos, pero con un precio tan barato por el vino siempre podemos poner la marcha nosotros. No quiero imaginar cómo tiene que ser eso vestido de ciudad medieval, pero quiero saberlo.

¿Habéis estado en Portugal? ¿Cual fue vuestra última escapada?

5 comentarios :

  1. Hola! he viajado a muchas partes, pero nunca a Portugal y suena maravilloso incluyendo en si las preciosas imágenes que has puesto.
    Besos!

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    1. ¡Muchas gracias! Espero que consigas ir algún día.
      ¡Un besín!

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  2. Mola, parece un sitio interesante, y las vistas son muy top. Y LA COMIDA TAMBIÉN :)

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    1. Eh, la comida 10/10 me cebaría de nuevo. Tengo por casa piripiri que trajimos de allí y es un condimento obligatorio desde que lo conocemos.
      ¡Un besín!

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  3. Qué fotografías y lugares. Y qué comida!! Parece un sitio precioso <3 <3

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